Como se dijo en el artículo
anterior, la mente es la creadora del ego, puede crear un ego dividido, navegar
en esa falsa realidad no garantiza bienestar ni seguridad, más bien, lo hace
adicto a esas falsas identidades que lo esclavizan y en esas circunstancias se
fabrica una prisión sin que se lo advierta, y alejan a la persona de su
verdadera esencia.
Esa moral se fundamenta en
premios y castigos e impulsa a crear una identidad (ego) que le permite al
individuo desenvolverse socialmente, aunque sienta que todo es mentira y
experimente la ausencia del Amor.
Un fanático que se siente
superior, miente, persigue y mata revelando una mente disfuncional. Es difícil
rebelarse al orden establecido o romper con una norma social muy arraigada. El
ególatra es un autómata doliente cuya mente busca en su cabeza
pensamientos viejos del pasado que no se detienen en el presente.
El proceso de cambio se
inicia cuando se deja de juzgar y valorarse desde afuera, cuando desistimos de
la idea de imitar la moda, o a los ricos y famosos. Hasta ese momento no se
usaba la brújula para conocer el mundo interior; todo lo que daba sentido a la
vida estaba afuera, desde donde se regulaba la existencia, la moral, la
identidad, el estilo de vida y las creencias.
Así se produce la
desconexión con la identidad real, se desconoce la existencia del verdadero
centro vital. Sin embargo, ese “algo” con lo que se nace no se puede separar,
aunque sí ocultar.
Al perder la consciencia de
la verdad, se actúa en piloto automático, esto genera seres vulnerables,
dependientes, robotizados, reactivos y adictos a los estímulos que se frustran,
se tensionan y se atemorizan con frecuencia. Son seres que se irritan cuando no
suceden las cosas que desean.
El falso ego lleva a la
desdicha, siempre
encuentra razones para sufrir con excelentes argumentos: cautiva
con promesas de un futuro mejor, distorsiona la realidad y causa el sufrimiento
por identificarse con creencias falsas, además de especializarse en crear
víctimas que padecen injusticias. La preferida es: “el día que tengas esto o
seas aquello, podrás ser feliz”.
Sólo aprendiendo a elegir y
a dejar de lado la desdicha se deja de ser esclavo de la mente, hay que
conectar los deseos y los recursos con los altos valores, con nuestra
fuente Espiritual.
No obstante, al ego hay que
conocerlo y aceptarlo, entender para qué sirve y para qué no, en qué nos
facilita las cosas y en qué las traba. Hay que agradecerle el haberse
construído, ha sido y es muy útil: a nivel práctico, el ego es la herramienta
que nos ayuda a organizar los diferentes aspectos de nuestra personalidad de
forma que podamos funcionar en el mundo, ser parte de él, interactuar en todas
las situaciones de nuestra vida y desenvolvernos con cierta soltura en
todo lo que hacemos.
Hay que saber cambiarlo,
moldearlo, porque después de todo, el ego es una construcción inconsciente y
automática hecha para estar al servicio de nuestro yo interior y no al revés.
Cuando el ego se confunde con la totalidad de nuestro ser, cuando sus
personalidades dirigen al 100% nuestra vida y nos olvidamos que no fue ese el
papel que le fue asignado, es cuando empezamos a tener problemas y a
desconectarnos de la fuente que realmente ha de guiar nuestros pasos.
Se necesita enfocar la
atención en el presente, ver que las cosas no son como parecen, retirar la capa
superficial, que caiga como caen las hojas secas, sin hacer nada más que
advertir su presencia, y a las hojas secas, se las lleva el viento, se
desvanece al dejar de alimentarlo.
Entonces, la mente y el ego dejan de
gobernar, se convierten en súbditos de la conciencia y la Presencia es el
verdadero centro, Presencia del Ser, sin identificación, sólo
conciencia y sentimiento puestos en el presente.
Las técnicas de meditación
permiten desprenderse de esa construcción y sumergirnos en otros estados de conciencia. Es
difícil desprenderse del ego, aunque se es más consciente de que existe, hay
que dejar de ser su víctima, aprender a manejarlo, prestar atención al diálogo
con el cual uno se habla a sí mismo, se explica el mundo e intenta que las
cosas encajen en los conceptos con los que acomoda el mundo externo al interno.
Conócete a ti mismo. La libertad es la
capacidad de tener actos conscientes. Pero la racionalidad es limitada y cada
observador puede ver otra realidad. Construir la verdadera identidad consume
energías, pero es peor la falsa identidad o asumir como propios los planes
ajenos, eludir compromisos, diferir la resolución de la crisis y caer en la parálisis
por exceso de análisis.
Para que la identidad no sea
un sueño hay que dominar la
metodología que desarrolla nuestro potencial, eligiendo los mejores proyectos y
modelos para convertirnos en el arquitecto que diseña nuestro propio destino.
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